sábado, 24 de marzo de 2007

24. Centros sociales okupados y autogestionados para el despertar de la conciencia

En su libro “Zen y Artes Marciales”, el Maestro Deshimaru escribe:
“El kiaï, grito cuya fuerza vibratoria paraliza al adversario durante un instante, puede compararse al kwatz de los Maestros Zen Rinzai, que sirve para producir un choque y despertar al discípulo. En mi opinión es inútil repetirlo sucesivamente; una vez es suficiente pero una verdadera vez. Lanzad pues este grito de una manera total, que salga del hara, del bajo vientre, de ese lugar al que los japoneses llaman kikai tandem: el océano de energía. Para esto, hay que aprender la respiración Zen que es también la del Budo: expirar lentamente, lo más profundamente posible. Al final de la expiración, la energía está en su punto culminante. El kiaï es la mezcla de esta expiración con una voz fuerte; es necesario que el sonido ascienda de una manera naturalmente profunda. Para esto, evidentemente, hay que saber respirar, lo cual es raro. Después del zazen, cuando hago la ceremonia y cantamos el Hannya Haramita Shingyo, el Sutra de la Gran Sabiduría, lo hago para el entrenamiento general de la respiración: la voz está entonces obligada a ir hasta el final de la expiración. Es un buen entrenamiento al kiaï. Kiaï se descompone en Ki: energía y aï: unión; significa pues la unión de la energía. Un solo grito, un solo instante en el que se encuentra todo el espacio-tiempo, todo el cosmos.”

Nací el 29 de enero de 1973. Faltan pues doce días para que deje de tener 33 años. Dicen que este número es muy importante, sobre todo en la edad de las personas. El año pasado, el día de mi cumpleaños, estaba en Shorinji haciendo una sesshin. Ese día, después de cuarenta años sin hacerlo, cayó una gran nevada: en algunos sitios treinta y cuarenta centímetros. En castellano hay una expresión que dice: “Año de nieves, año de bienes”. Yo todo este año me he estado diciendo que maldita sea la expresión tan irónica, pues este 2006 ha sido para mí terrible en lo material: he dormido en la calle un montón de veces, he tenido que robar: la ropa que ahora llevo, comida porque tenía hambre; he pedido dinero prestado que aun no he devuelto a amigos, me hice una perforación en el píloro –la válvula de salida del estómago- en septiembre y me tuvieron que operar a vida o muerte y un mes después, al terminar una sesshin en el sur de Francia, perdí mis hábitos de monje zen: el kimono blanco, el kolomo y mi kesa negro de siete bandas, mi primer kesa, el kesa de monje, el de mi ordenación. Eso por no hablar de amores, ya que en mis relaciones sentimentales he ido de desastre en desastre. En fin, que eso de “Año de nieves, año de bienes” parecía que no iba conmigo.
Parecía.

Esta mañana, con un poco de resaca por mi estúpida borrachera de ayer, durante el zazen, la “visión” que estoy canalizando desde hace unos días se ha mostrado muy persistente y me ha dado los suficientes datos “técnicos” para que pueda hablar de ella aquí sin temor a que se volatilice.

La “visión” se llama “Centro Social Ocupado y Autogestionado para el Despertar de la Conciencia”: C.S.O.A.D.C.
Yo nací en Valladolid y ya sabéis cómo se las gastan allí con el castellano. Desde niño me inculcaron que tanta sigla queda de lo más vulgar, hasta es un vulgarismo para la Academia. Sea como sea, no le gusta a nadie esto de las siglas. Así que le he puesto otro nombre: Gyoku, que en japonés significa “Preciosa Joya” y que es el nombre de bodhisattva que el Maestro Kosen dio a Gemma en las ordenaciones del Ango de 2005.
Paso a relatar los detalles.

El primer Gyoku se está ya realizando en la isla de Ibiza, donde he vivido muchas veces y en la que tengo muy buenos amigos.
Uno de ellos es Antonio Alemany, alias “Kinki”, alias “Nio” -por Antonio-. El se dedica desde hace varios años al negocio inmobiliario y se conoce palmo a palmo la isla. Su nombre Kinki no está elegido al azar: por dinero vendería hasta a su abuela. Pero es mi amigo. El me regaló mi primer scacciapensieri de Andrea Bugari y unas Ray Ban antiguas que aun conservo. Todo en un mismo día de arranque amoroso. Con él he pasado los mejores y más intensos momentos de mi vida –eso sí, normalmente cargaditos de pastillas-. Me enrollo. Kinki es el encargado de localizar el sitio. Hace tres años me llevó a una mansión en la isla que, según él, llevaba varios años vacía. Era enorme, con muchísimo terreno alrededor, árboles grandes y viejos, en perfecto estado. Me dijo que sabía de más en la isla. Y que sería sencillísimo ocuparlas.
Esto hace tres años.

Supongo que a día de hoy, que sé que su rapiña y ansia de dinero han aumentado, tendrá más datos. Hace tiempo que no nos vemos pues vivimos vidas muy diferentes pero conozco a Nio, hemos hecho zazen muchas veces juntos, en Ibiza. Y hasta vino a Shorinji una vez, a una sesshin.

Nio localiza el lugar. Un pequeño grupo de personas –no más de siete, que es un número que siempre queda bien- entra (por alguna ventana, puerta, etc: en el campo es muy sencillo okupar) y toma posesión del sitio. Y se inician las labores de conversión en C.S.O.A.D.C., al que a partir de ahora y para siempre llamaremos Gyoku.

Primero, limpiar. He aprendido mucho en estos seis años viviendo como un monje errante de templo en templo. Y siempre, en ellos, estoy haciendo cosas, sobre todo limpiar.
Soy casi un Maestro en el Arte de limpiar.

Limpiar, tapar grietas peligrosas, eliminar goteras si es invierno. En el caso de Ibiza esto no será necesario pues no llueve mucho. Dejarlo hermoso pero sin complicarse.

La primera sesshin que hice, en la primavera de 2001, fue en el Templo de La Morejona, a unos sesenta kilómetros de Sevilla. Aun recuerdo el dojo, el lugar sagrado de la Vía en el que nos sentamos en zazen para ser arrebatados por el orden cósmido. Se me ponen los pelos de punta, qué lugar tan hermoso. Y era nada más que una ruina: cuatro paredes de adobe de lo menos cien años con agujeros y grietas por todas partes y por techo unas de esas telas enormes verdes que paran el sol. Pues en Sevilla llueve rara vez. Y velas. Y alfombras en el suelo. Y una limpieza y orden exquisitas, al gusto del Zen, con el inconfundible aroma del incienso japonés. Podría estar toda la mañana cantando las maravillas de esta manera de concebir los lugares, a diferencia de lo que se lleva por aquí: hormigón, muchísima luz, en fin, lugares para nada acogedores, vosotros ya me entendéis: este rollo actual de centro comercial, de ambulatorio, de plaza de ciudad, de hospital, de parada de metro. Un asco.
Gyoku no será así, os lo aseguro.

Poner todo bien guapo. Dejar la mejor de las salas para dojo. Debo hacer una aclaración. Soy monje zen, “pertenezco” a esta tradición, es la que conozco. No conozco otra. Tengo algunos conocimientos taoístas y templarios y gnósticos, etc, porque siempre he tenido mucha curiosidad y por mi carácter, las barreras –ya fueran religiosas o morales o de idioma u otras- siempre han tenido muy poca importancia para mí. Vamos, que siempre he tenido claro que esto de las fronteras y las religiones y los idiomas era una cosa bastante chusca que el hombre había inventado por miedo o dios sabe por qué. En fin, confío en la inteligencia del lector. Lo que quiero decir es que si tú estás leyendo esto y perteneces a otra tradición (ya sea islámica, cristiana, anarquista, hinduista, taoísta, gnóstica o new age o lo que quieras), si perteneces a otra tradición y quieres aprovechar estos datos que tienes delante para montar algo dentro de tu historia, adelante. Yo digo dojo porque es lo que conozco.

Continúo. Me había quedado en elegir la mejor estancia y hacer un dojo en ella. Para hacer un dojo se necesita un altar (una mesa pequeña sirve) donde pondremos: un buda o similar en el centro, atrás, un incensiario delante, una vela a la izquierda y unas flores a la derecha. Un palo de madera colocado en el suelo, a la entrada, separará el dojo de fuera. Dojo significa Lugar de la Vía: Do, Vía, Jo: lugar.


La cocina

En los templos zen la figura más “importante” es el Maestro. Luego está el tenzo, el cocinero.
Localizar la cocina y dejarla tan impoluta como el dojo. Si no hay cocina, llevarla: unos quemadores de butano serán suficientes pues la comida va a ser muy sencilla: ensaladas, verduras al vapor, horneadas, fruta fresca y en compota, algunos dulces, frutos secos...

Pues Gyoku es, entre otras cosas, un restaurante: Sólo abierto al público un par de horas, para la comida: de una a tres, por ejemplo, así simplificamos. Después hago una lista de platos y sugerencias. Luego entro en detalles. Ahora los trazos gordos.


Los horarios

Como el dojo de Barcelona, que dirigen Pierre Lerroux y Gabriela Sobel. Este dojo, a diferencia de los que dirigen Maestros de la Transmisión, no es tan estricto; aunque funciona a las mil maravillas: jamás se pierden un zazen y siempre se hace a la hora en punto, aunque algún día Gabriela o el monje o monja que dirija la sesión esa mañana, llegue con la hora justa una fría y lluviosa mañana de enero y se encuentre con que está sola.
Los horarios de zazen:

Lunes: 19:30.
Martes: 07:00.
Miércoles: 19:30.
Jueves: 07:00.
Viernes: 19:30.
Sábado: 11:00.
Iniciaciones al zazen: lunes, miércoles y viernes a las 18:30.

Apuntar aquí que un dojo zen de ciudad o de un templo siempre está abierto a otras Vías, fuera de sus horarios, claro está. Gabriela, en Bcn, enseña el Yoga un par de días a la semana. Alga del Mar, una monja colombiana discípula de Stephan, enseña los Pases Mágicos de Castaneda en los templos de su maestro. Jean, un monje canadiense muy simpático, enseña el kárate y siempre, en los retiros largos como en los de verano, hay personas, ordenadas o no, que enseñan, gratuitamente, sus conocimientos.

En Gyoku será igual. Yo, que he llegado primero, he elegido primero los horarios. Hay 168 horas en una semana. Un dojo zen con estos horarios, a tres horas por sesión, suman 18 horas por semana. Sobran ¡150 horas! Lo único que se pide es máximo respeto por el lugar y dejarlo exactamente como está. Vosotros sabéis lo que esto significa.

Se me olvidaba. Un dojo es también, por la noche y a veces a la hora de la siesta, el dormitorio común. Siempre hay colchones que están ocultos en alguna parte y todo lo necesario: mantas, sábanas, almohadas… Todo ha de conservarse, huelga decirlo, con la máxima pulcritud y orden ya que por estos sitios pasa mucha gente, de todo el mundo. Y para los japoneses o los suizos, la idea de limpieza y orden es muy distinta a la de un español o un marroquí, por ejemplo. Abandonad la idea de qué nacionalidad sois y concentraos en dejarlo todo tal como os lo encontráis, con esto es suficiente.

Aparte del dojo-dormitorio común y una habitación especial que se guarda por si aparece un Maestro o una persona de edad, en los templos siempre hay dormitorios de una, dos, tres o más personas, a veces con literas y entonces caben más. Me encanta dormir así, yo que no he hecho el servicio militar. En Shorinji, en estos años, hemos ido construyendo cabañas, más o menos rústicas. En otros lugares es diferente. Gyoku será lo que nos encontremos cada vez.
Pues una de las características esenciales de Gyoku es el nomadismo. O en lenguaje okupa clásico: “Un desalojo, otra okupación”

Más cosas. Estoy yendo rápido para que no se me escape la musa. Aunque la musa la tengo bien cogida por las pelotas.

Sigo.


El taller

Aparte de un dojo y de una cocina, Gyoku ha de tener un taller. La segunda estancia más grande (aunque esto no es una regla fija) se reservará para taller.
¿Y qué se hará en ese taller? Pues depende de quienes estemos en ese momento en Gyoku, de nuestros dones u habilidades. Yo hago arpas de boca, allá donde voy llevo lo necesario para construir unas cuantas y venderlas por si me quedo en números rojos.
En el taller, si estoy yo, se hacen arpas de boca. Las herramientas necesarias son mínimas:
Pequeñas sierras de marquetería, hojas de sierra, limas, madera ya laminada, todo cosas pequeñas y baratas pues los antidisturbios pueden aparecer en cualquier momento y todo el mundo sabe que los antidisturbios no son nada cuidadosos con ciertas cosas.

Si está Esther, Flora... que hacen ropa, pues habría telas, reglas, tijeras, hilos, agujas, alfileres... Hasta alguna de esas diminutas máquinas de coser a pilas como la que tiene mi madre y de la que está tan orgullosa. Tanto que ya casi no utiliza la grande, la eléctrica.

Aquí hago un inciso para mostrar otra de las características de Gyoku.

En Gyoku no hay electricidad. Bajo ningún concepto. Tengo en la manga suficientes anécdotas en contra de la electricidad para llenar tres libros como este. Aquí van dos:

En el Campo de Invierno pasado, con el Maestro Kosen dirigiendo, me levanté una mañana antes que los demás y fui pronto al dojo pues era responsable de mantener las dos estufas de leña encendidas -es finales de diciembre y hace mucho frío en Besalú, Girona-. Comparto la responsabilidad con un monje de Ámsterdam. Compruebo que las estufas están encendidas, hecho un par de leños en una y una palada de cáscaras de piñón en la otra. El dojo está en una suave penumbra, iluminado por la luz de la luna que entra por las ventanas. Tan hermoso... Yo tengo conmigo todo lo necesario para el zazen –mi kesa de nueve bandas- y decido quedarme. Faltan unos minutos para que X e Y despierten a todo el mundo corriendo y agitando unos cencerros de ganado. Así nos despertamos en los Templos Zen. Y falta un poco más de media hora para el primer zazen de la mañana. Decido ponerme el kesa y sentarme. Comienza a amanecer.
Quince minutos después empieza a llegar gente. Primero Loïc, el sussho, que no se sorprende de verme ya en zazen pues sabe que adoro la postura. No enciende la luz, supongo que por respeto y porque decididamente no es necesaria ya que está amaneciendo, luego los kiosakuman de la mañana y los primeros practicantes que llegan para evitar aglomeraciones. Somos unos cien en esta sesshin. Nadie, hasta ahora, ha encendido la luz, desde la llegada de Loïc se ha mantenido un ambiente justo, silencioso, de máximo respeto, como tiene que ser. Y aunque somos ya unos treinta, no se oye una voz, una risa, nada, sólo los kesas que se abren, algún ligero bostezo, de vez en cuando, es muy pronto. Yo llevo ya casi media hora de zazen y siento todo con mucho detalle, amplificado. De repente... alguien enciende la luz. Oh, cielos, será porque estaba muy despierto en ese momento, por las circunstancias, pero fue increíble: de repente, este lugar sagrado se convirtió en un gallinero: voces, risas y acto seguido conversaciones estúpidas, más risas, en fin, seres humanos juntos, qué os voy a contar. Nada escandaloso pues todos somos monjes o bodhisattvas o laicos que ya conocen la postura y las reglas. Nada escandaloso pero llamativo.

La segunda anécdota la guardo para otro momento, creo que ha quedado claro por qué nada de electricidad en Gyoku.
Para dar luz por las noches: velas, lámparas de aceite, antorchas… Para recargar móviles y portátiles: baterías solares especiales para ello, que las hay: tengo amigos manitas que las fabrican de modo artesanal. La cocina es de gas. Si nos suministran las verduras y frutas a diario o casi a diario, una nevera no es necesaria.

Estaba con el taller. Por ahora taller de costura y taller de arpas de boca. Así como una pequeña carpintería de primeros auxilios para poder reparar y hacer pequeñas cosas: una mesa, una estantería... En las ciudades, en sus contenedores, hay tantos muebles, tantas cosas, que una visita a una de ellas la noche que la gente tira sus trastos viejos a la calle es suficiente para llenar de muebles cien Gyokus. No es el caso. Siguiendo la tradición Zen de austeridad y sencillez, mejor pocas cosas, las mínimas y necesarias.

Y como todo lo demás, depende de quien esté, así se harán unas cosas u otras en el taller: ropa, artesanía, instrumentos musicales, conservas... Cosas que podamos vender en nuestra...


Tienda

Voy a coser un poco. Me duele la espalda de tanto escribir. Deciros que en la tienda se venderán las cosas que se hagan en Gyoku, desde ropa o artesanía a conservas o dulces o libros como este o cosas que residentes – o no- de Gyoku traigan de exóticos países: los instrumentos musicales que compré en India el año pasado o las arpas de boca que Juanma me va a mandar desde Vietnam en unas semanas. Todas estas cosas, junto con el restaurante y un pequeño cine, serán las que hagan de esta aventura algo autogestionado, como se dice en el nombre de marras de las siglas.

Para después dejo la manera de repartir el dinero y toda esta delicada parte. Como ya me imagino que os habéis dado cuenta hace rato, esta historia no es una más en el mundo de los hombres basada en la especulación y la rapiña. Esto es otra cosa. Así el dinero.

Comer costará diez euros. La comida de primera lo merece. Dormir en el dojo, otros diez. Si hay habitaciones, veinte. Las personas pueden pagar en efectivo, nada de tarjetas, por favor, o si tienen problemas económicos, con trabajo en Gyoku, básicamente en la cocina, ayudando a cortar o fregar y en la limpieza y mantenimiento del lugar. Diez euros la hora. Queda claro que no es un sueldo, que esto se ofrece para gente que no tenga dinero y quiera quedarse a dormir o comer.
Luego sigo. Esto de la pasta conviene dejarlo bien definido para que luego no haya problemas.

Hasta ahora.Posted by Picasa

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